Manifesto con motivo do Día Mundial da Liberdade de Prensa
VELETAS A LA INTEMPERIE
Vivimos en un mundo de abundancia. Atrás o lejos quedan las guerras con sus sufrimientos y la destrucción de las cosas, de las casas, de las ciudades. Atrás las posguerras con su escasez, con su aprendizaje del esfuerzo y el sacrificio. Hoy para
nosotros el horizonte que se nos representa es el de una paz asegurada, una vida bastante confortable garantizada. No faltará el frigorífico ni la televisión, desde luego tampoco el teléfono celular. O, al menos, nuestras vidas descansan en esa confianza.
Es un mundo mágico lleno de objetos y donde sobre todo abundan los mensajes, tantos que nos abruman. Y en ese torrente que nos llega por todos lados, papel, radios, pantallas ubicuas, nos cuesta mucho separar los anuncios publicitarios de las noticias. A veces nos detenemos y en ese momento sospechamos que todos esos
mensajes son simplemente órdenes para que deseemos algún producto o para que creamos algo a lo que debemos temer. Desde todas partes nos son lanzados deseos y temores que nos atraviesan como saetas imperceptibles e indoloras. Vivimos estimulados constantemente por ansias sucesivas, simultáneas.
Y la información es una parte importante de esa sustancia hecha de mensajes en la que flotan nuestras vidas, que nos envuelve y que nos alimenta. Pero ese líquido traslúcido, casi invisible y espeso que hemos creado, ese espacio hecho de lenguaje en el que transcurren nuestras vidas es una gran creación de nuestra civilización que nos da muchas posibilidades, pero también tiene mucho de instrumento totalitario. Si nos olvidamos que existe, si dejamos de verlo, si nos abandonamos a el, si consigue que nuestra conciencia y nuestra voluntad se disuelvan entonces
seremos sus súbditos, dejaremos de ser personas autónomas y libres, ciudadanos y ciudadanas.
El periodista es la única garantía, el invisible tramoyista que se ocupa de que funcione la comunicación, de que la información no se deshaga en un datos dispersos que confunden, de que la información tenga sentido.
Pero el periodista es también un autor. El escritor de ficción imagina un argumento, con el fruto de la imaginación completa y ensancha la realidad. El periodista, en cambio, no imagina el argumento, lo rescata de debajo y dentro del torrente de datos. No crea un relato, pues es un correo, un mensajero que porta un mensaje, pero como el escritor nos cuenta una historia. Uno cuenta la vida imaginada y otro la vida sucedida. Cuenta historias de las que muchas veces es testigo. El periodista
levanta acta y da testimonio para nosotros. Para que nuestras vidas no se disuelvan en la irrealidad, para que conservemos un sentido de realidad.
Ese contador de historias, ese notario y mensajero, carga con una gran responsabilidad: la libertad. La libertad es poder andar, correr, volar. Es no tener miedo. No tener miedo a pensar, a hablar, a ser.
Y sin libertad de expresión no hay libertad. La libertad no tiene cuerpo y es alegre, ágil y grácil, pero pesa. Porque la libertad de ser, la libertad de expresión personal depende de la libertad de expresión social, y eso es el periodismo libre. Y ese peso descansa no en las empresas de comunicación sino en la espalda de los periodistas. Son ellos, ellas, quienes, aún no siendo los
propietarios, salvan el carácter de las empresas, salvan su alma periodística.
Tantas veces contra el deseo de sus dueños. Tal es la fuerza del periodismo, profesión que lo es en su sentido profundo, un compromiso de "profesar", dar la palabra de vivir de un modo determinado. De vivir poniendo la cara a la vida.
Sí, el periodismo es una profesión radical, pide vivir una vida abierta a la aventura. ¿Qué es la aventura? Correr riesgos, ponerse a prueba. El periodismo obliga más que la mayoría de las profesiones y más veces de las deseadas a ponerse a prueba éticamente. Hay periodistas que mueren como periodistas en estos trances.
Algunos resucitan de esos momentos de muerte. Muchos perecen y dan cadáveres horribles que escriben. Esa dialéctica interna es lo propio de esa profesión.
Es una aventura tan radical que provoca que algunos compañeros sean asesinados. Es el precio de servir dosis de libertad a las personas, de alimentar la libertad personal.
¿Si son gente común, de dónde sacan la fuerza? De la confianza profunda en que la vida humana es digna de ser vivida, de que el individuo merece vivir dignamente siendo persona libre. El periodismo presupone el humanismo, es su realización contemporánea, y nace del liberalismo, entendido en su legítimo y profundo sentido.
Para ser buen periodista hay que ser libre y es así como se puede servir a la libertad. Y es de la ética de las personas libres de donde sale la ética periodística.
El periodismo se expone a la vida, como una veleta.
La veleta tiene mala fama, fama de voluble, nada más falso. El periodista, como la veleta, se asienta sobre un punto muy reducido, la libertad personal y la ética de la profesión, y plantado ahí firmemente afronta los vientos y la lluvia. A veces
caen rayos. Pero la veleta es lo que nos informa de donde viene el viento, por eso la buscamos y deseamos que siga ahí firme, a la intemperie.
Qué sería de nuestro mundo sin veletas y sin periodismo. Qué sería de nuestras vidas sin libertad de prensa, que es la libertad de expresión.
Vivimos en un mundo de abundancia. Atrás o lejos quedan las guerras con sus sufrimientos y la destrucción de las cosas, de las casas, de las ciudades. Atrás las posguerras con su escasez, con su aprendizaje del esfuerzo y el sacrificio. Hoy para
nosotros el horizonte que se nos representa es el de una paz asegurada, una vida bastante confortable garantizada. No faltará el frigorífico ni la televisión, desde luego tampoco el teléfono celular. O, al menos, nuestras vidas descansan en esa confianza.
Es un mundo mágico lleno de objetos y donde sobre todo abundan los mensajes, tantos que nos abruman. Y en ese torrente que nos llega por todos lados, papel, radios, pantallas ubicuas, nos cuesta mucho separar los anuncios publicitarios de las noticias. A veces nos detenemos y en ese momento sospechamos que todos esos
mensajes son simplemente órdenes para que deseemos algún producto o para que creamos algo a lo que debemos temer. Desde todas partes nos son lanzados deseos y temores que nos atraviesan como saetas imperceptibles e indoloras. Vivimos estimulados constantemente por ansias sucesivas, simultáneas.
Y la información es una parte importante de esa sustancia hecha de mensajes en la que flotan nuestras vidas, que nos envuelve y que nos alimenta. Pero ese líquido traslúcido, casi invisible y espeso que hemos creado, ese espacio hecho de lenguaje en el que transcurren nuestras vidas es una gran creación de nuestra civilización que nos da muchas posibilidades, pero también tiene mucho de instrumento totalitario. Si nos olvidamos que existe, si dejamos de verlo, si nos abandonamos a el, si consigue que nuestra conciencia y nuestra voluntad se disuelvan entonces
seremos sus súbditos, dejaremos de ser personas autónomas y libres, ciudadanos y ciudadanas.
El periodista es la única garantía, el invisible tramoyista que se ocupa de que funcione la comunicación, de que la información no se deshaga en un datos dispersos que confunden, de que la información tenga sentido.
Pero el periodista es también un autor. El escritor de ficción imagina un argumento, con el fruto de la imaginación completa y ensancha la realidad. El periodista, en cambio, no imagina el argumento, lo rescata de debajo y dentro del torrente de datos. No crea un relato, pues es un correo, un mensajero que porta un mensaje, pero como el escritor nos cuenta una historia. Uno cuenta la vida imaginada y otro la vida sucedida. Cuenta historias de las que muchas veces es testigo. El periodista
levanta acta y da testimonio para nosotros. Para que nuestras vidas no se disuelvan en la irrealidad, para que conservemos un sentido de realidad.
Ese contador de historias, ese notario y mensajero, carga con una gran responsabilidad: la libertad. La libertad es poder andar, correr, volar. Es no tener miedo. No tener miedo a pensar, a hablar, a ser.
Y sin libertad de expresión no hay libertad. La libertad no tiene cuerpo y es alegre, ágil y grácil, pero pesa. Porque la libertad de ser, la libertad de expresión personal depende de la libertad de expresión social, y eso es el periodismo libre. Y ese peso descansa no en las empresas de comunicación sino en la espalda de los periodistas. Son ellos, ellas, quienes, aún no siendo los
propietarios, salvan el carácter de las empresas, salvan su alma periodística.
Tantas veces contra el deseo de sus dueños. Tal es la fuerza del periodismo, profesión que lo es en su sentido profundo, un compromiso de "profesar", dar la palabra de vivir de un modo determinado. De vivir poniendo la cara a la vida.
Sí, el periodismo es una profesión radical, pide vivir una vida abierta a la aventura. ¿Qué es la aventura? Correr riesgos, ponerse a prueba. El periodismo obliga más que la mayoría de las profesiones y más veces de las deseadas a ponerse a prueba éticamente. Hay periodistas que mueren como periodistas en estos trances.
Algunos resucitan de esos momentos de muerte. Muchos perecen y dan cadáveres horribles que escriben. Esa dialéctica interna es lo propio de esa profesión.
Es una aventura tan radical que provoca que algunos compañeros sean asesinados. Es el precio de servir dosis de libertad a las personas, de alimentar la libertad personal.
¿Si son gente común, de dónde sacan la fuerza? De la confianza profunda en que la vida humana es digna de ser vivida, de que el individuo merece vivir dignamente siendo persona libre. El periodismo presupone el humanismo, es su realización contemporánea, y nace del liberalismo, entendido en su legítimo y profundo sentido.
Para ser buen periodista hay que ser libre y es así como se puede servir a la libertad. Y es de la ética de las personas libres de donde sale la ética periodística.
El periodismo se expone a la vida, como una veleta.
La veleta tiene mala fama, fama de voluble, nada más falso. El periodista, como la veleta, se asienta sobre un punto muy reducido, la libertad personal y la ética de la profesión, y plantado ahí firmemente afronta los vientos y la lluvia. A veces
caen rayos. Pero la veleta es lo que nos informa de donde viene el viento, por eso la buscamos y deseamos que siga ahí firme, a la intemperie.
Qué sería de nuestro mundo sin veletas y sin periodismo. Qué sería de nuestras vidas sin libertad de prensa, que es la libertad de expresión.
Suso de Toro